Por el Diácono Eduardo R. Mora
La Trinidad es el dogma central sobre la naturaleza de Dios en la mayoría de las iglesias cristianas. Esta creencia nos afirma que Dios es un ser único que existe como tres personas distintas el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Hace pocos días hemos acabado de celebrar la fiesta de la venida del Espíritu Santo, y ahora celebramos con gozo la fiesta de la Santísima Trinidad, escribía así San Ruperto en el siglo XII, “y este lugar esta muy bien escogido, porque como hubo bajado el Espíritu Santo, comenzó la predicación y la creencia; y, en el Bautismo, la fe y confesión en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
De esta manera el ciclo litúrgico culmina, el tiempo pascual en la solemnidad de la Santísima Trinidad; de modo paralelo, con la celebración de Dios trino centra, o empieza el inicio del tiempo ordinario. Esto es un acierto de formación que ayuda a la comprensión de Dios como origen y meta de nuestro peregrinar creyente, como esencia y presencia en nuestro ser; amor que se dona en la diversidad.
La referencia trinitaria la descubre el mismo Jesús y se asume en las primeras comunidades cristianas, en las primeras Iglesia cristianas. Si bien esta fiesta litúrgica se incorporó al calendario romano en el año 1331, en la iglesia hispánica de los siglos V al VII ya se enseñaba con profundidad la fe trinitaria y resulta emocionante que el siglo VI en el concilio de Toledo se afirmase: “Dios es uno solo, pero no solitario”
Por lo tanto, la liturgia de este día invita a celebrar al abrigo a recoger en los textos bíblicos, el gozo de Dios en sí, su amor sobrepasado y su armonía en la diferencia. La fiesta de Dios trino nos abre a la experiencia de producir misericordia después de haber sido mirados por ella, por su misericordia; al sentimiento despojado por la bondad, la luz y la ternura; a descubrir la verdad que convierte la propia existencia en auténtica revelación.
Este es un misterio es todo aquello que no podemos entender con la razón. Es algo que sólo podemos comprender cuando Dios nos lo revela.
Dios nos busca y nos incorpora a su mismo movimiento de éxtasis, nos adentra en nuestra raíz de la que brota lo que hacemos. Entonces fluir en esa corriente conlleva el abandono de las ansias de control, la liberación del yugo que supone la auto referencia, el aprendizaje de la alegría que surge de la acogida escucha y de su compasión que nos transforman.
Por esto la fe cristiana de los primeros siglos de la Iglesia primitiva tuvo que hacer también su defensa de las imágenes bíblicas de Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu.
Ello significa que el mundo de Dios no es la soledad omnipotente y trascendente, sino que se expresa en el “humus” familiar, de relaciones y de comunión; y si es familiar, es amorosa, porque la familia se realiza en el amor de entrega absoluta
Por eso, la celebración de esta solemnidad nos asoma a ese misterio de la Santa Trinidad como un misterio de relaciones de amor sin medida.
Este misterio indescifrable de Dios siempre ha apasionado a los grandes teólogos, porque la revelación de este Dios en la historia se ha expresado culturalmente según las necesidades humanas e incluso según la defensa que se ha debido hacer de Dios como garante de un pueblo, de una nación, e incluso de una religión.
El pueblo de Israel hubo de enfrentarse a esta realidad, porque sabía que era la garantía de su identidad. Cuando “llegó la plenitud de los tiempos”, con Jesucristo, se suavizan muchas expresiones, se manifiesta la dimensión amorosa de Dios al nivel más misericordioso, pero Dios sigue siendo misterio.
Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios.
Por eso cada vez que nos santiguamos estamos rezando a la Santísima Trinidad; cada vez que entramos a una Iglesia, cada vez que nos levantamos o acostamos rezamos a la Santísima Trinidad, esto significa que cada uno de nosotros estamos completamente ligamos a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, un solo Dios verdadero.