Por el Diácono Eduardo R. Mora
Todos los años, en el segundo Domingo de Cuaresma, se nos anuncia la Transfiguración del Señor. El mensaje de este pasaje no es fácil de ver a primera vista su significado porque está lleno de en un lenguaje de imágenes simbólicas que requieren una explicación, y este año vemos el Evangelio de Marcos.
La escena de este relato está ubicada en un lugar lejos del ruido diario, de nuestras costumbres cotidianas, en un monte alto adonde Jesús ha subido con tres de sus discípulos, los mismos que después serán testigos de su agonía en el Getsemaní.
Marcos señala el hecho de que Jesús subió con ellos solos.
Jesús tiene que decirles o enseñarles algo a sus discípulos y se porta como los rabinos de su tiempo que, cuando querían revelar un secreto o transmitir una enseñanza verdaderamente importante, se retiraban con sus discípulos a un lugar solitario, separado de oídos preguntones, para evitar ser escuchados por quienes no eran capaces de entender o hubieran podido malentender lo escuchado. Tampoco en el monte Sinaí la palabra de Dios se dirigió directamente a todo el pueblo. Moisés había subido hacia Dios, la primera vez, solo. Después había llevado consigo a tres personas: Aarón, Nadab y Abihú. El lugar de las manifestaciones del Señor no era posible a todos, para acercarse eran necesarias disposiciones exclusivas y una gran santidad.
El hecho de que Jesús haya reservado la revelación a algunos discípulos y que, al final, les haya recomendado no divulgarla, como indica al final de la lectura, indica que los ha hecho ser partes de una experiencia muy reveladora, pero que todavía todos ellos no lo entendían.
La revelación ha tenido lugar en un monte alto que la tradición cristiana ha reconocido como el Tabor, la montaña solitaria. Desde los tiempos más antiguos, había en la cima un altar donde se ofrecían sacrificios a las divinidades paganas. Hoy el lugar invita al recogimiento, a la reflexión, a la oración, y los peregrinos que llegan a la cima de esta montaña se sienten casi naturalmente impulsados a elevar la vista al cielo y el pensamiento a Dios.
La montaña, es entendida como símbolo religioso, envuelve esfuerzo, empeño, purificación, en donde solo es necesario lo justo, lo preciso. Alcanzar la cima implica superación. Al mismo tiempo la montaña es lugar privilegiado de búsqueda, encuentro y escucha con nosotros mismos y con Dios.
Por cuanto parezca muy buena esta experiencia, hay que recordar que el texto del Evangélico no habla del Tabor, sino de un monte alto y esto es importante de considerar y esta expresión tiene claras reflexiones bíblicas.
Aquí algunas explicaciones de estos símbolos bíblicos en lo alto de la montaña en esta reflexión.
El monte en la Biblia es el lugar donde tienen lugar las manifestaciones del Señor y los grandes encuentros del hombre con Dios. En este relato vemos la figura de Moisés y Elías.
Y que más que un lugar material, el monte indica el momento en que la intimidad con Dios llega a su punto culminante. Se trata de esa experiencia sublime que los místicos llaman «la unión del alma con Dios», aquella momentos en que la persona, siente que se identifica con los divinos en pensamientos, sentimientos, palabras y acciones.
Jesús se aleja de la comodidad donde estos hombres se dejan conducir por nociones y los lleva hacia lo alto a algunos discípulos; porque los quiere extraños a todo razonamiento humano para introducirlos en los pensamientos más profundos con Dios. El evangelista Lucas es todavía más explícito, explica más claro cuando refiere el tema del diálogo de Jesús con Moisés y Elías. Afirma que éstos, aparecidos en su gloria, hablaban con Él del don de la vida que Jesús iba a ofrecer. Es ésta la revelación para algunos discípulos, no todos ellos, han recibido ver la gloria del cielo aquel día.
Las vestiduras blancas: Primeramente manifiestan externamente la identidad de Jesús. El color blanco era el símbolo del mundo de Dios, el signo de la fiesta y de la alegría. Esta imagen se la encuentra en el libro del Apocalipsis: a los ojos de nosotros, los elegidos aparecen en el cielo llevando “vestiduras blancas”.
Moisés y Elías son dos especiales personajes de la historia de Israel. El primero es el mediador de quien Dios se ha servido para liberar a su pueblo y darle la Torah, es decir la Ley. Aparece en la escena de la Transfiguración para dar testimonio de que Jesús es el profeta anunciado por él, cuando, antes de morir, prometió a los israelitas: “El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como Yo, lo hará surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a Él a quien escucharán”. Elías también a su vez, es el primero de los profetas; que ha sido arrebatado al cielo y que se pensaba regresaría antes de la venida del Mesías. En la escena de la Transfiguración, están estos dos profetas hablando con Jesús representando la vida después de la muerte.
También el hecho de las tiendas que Pedro quiere construir, tienen su significado, simbólico en el relato del monte Tabot. Se refiere a la historia de cuando, al final del año, al término de la estación de las cosechas, se celebraba en Israel la Fiesta de las Tiendas que duraba una semana entera. Estas tiendas eran construidas para recordar los años trascurridos en el desierto, para traer a la memoria las obras realizadas por el Señor en el pasado.
El discípulo Pedro pidiendo construir tres tiendas, se refiere a este significado simbólico. El creía estar convencido de que ha llegado el reino de Dios, la época del reposo y de la fiesta perenne anunciada por los profetas; sin entender el verdadero significado de lo que está pasando.
Por eso Marcos apunta sobre los discípulos; “No sabían lo que decían, pues estaban asustados”. El miedo es un indicador de temor ante un peligro; es, difícil imaginar ver a los discípulos en éxtasis por la alegría y, al mismo tiempo, paralizados por el terror. Cuando la Biblia habla de terror ante una manifestación del Señor, se refiere a la maravilla, al aturdimiento que envuelve a quien entra en contacto con el mundo de Dios.
La nube y la sombra son imágenes que aparecen muchas veces en el Antiguo Testamento y que sirven para indicar la presencia de Dios. El Señor se manifiesta a Moisés en “una nube espesa”. Una nube acompaña a los israelitas a través del desierto y cubre la tienda donde Moisés se encuentra con el Señor. Es el signo de la presencia de Dios. At final de la escena de la Transfiguración, de la nube sale una voz “Este es mi Hijo, el amado; escúchenlo” lo mismo que en su bautismo por Juan el Bautista.
El relato de la Transfiguración ocupa exactamente el centro del evangelio de Marcos. Desde el comienzo, los discípulos se han estado preguntando sobre la identidad de Jesús y, a un cierto punto, han comenzado a descubrir que era el Mesías. Más todavía, no tenían las ideas claras. Al regresar de este monte alto, compartían la opinión del pueblo de que el Mesías sería un rey capaz de instaurar, de manera maravillosa e inmediata, el reino de Dios sobre la tierra.
La Transfiguración fue una experiencia espiritual extraordinaria en la que Jesús trató de convencerlos de que solo quien entrega la vida por Amor la realiza, la obtiene en plenitud.
No es posible entrar en el reino de Dios a través de atajos de cortar caminos como los que Pedro hubiera querido hacer al querer quedase en lo alto de la montaña. Es necesario que todo discípulo acepte animosamente la disposición del Maestro a donar su vida, este es el verdadero servicio de todo discípulo.
Los tres discípulos han sido privilegiados, han sido introducidos por Jesús en los pensamientos de Dios; han gozado de una visión que les ha hecho comprender la verdadera identidad del Señor y la meta de su camino, esto puede pasar con nosotros también si tenemos un corazón abierto al Señor.
Él no sería el rey glorioso que esperaban sino un Mesías ultrajado, insultado, perseguido y matado. Pero que su destino final no sería el sepulcro sino la plenitud de la vida para siempre.